Desde 2013, recorre, investiga y cuenta historias sobre barrios, arquitectura y cultura desde @buenosaires.ar, el único perfil de Instagram declarado de Interés Cultural por la Legislatura Porteña. En 2016 visitó y documentó los 48 barrios porteños en 48 semanas, ofreciendo una cobertura digital inédita.
El año pasado llegó a la pantalla de Telefé como co-conductor de “El Arqui” y en mayo estrenó una nueva comunidad digital, esta vez federal: @argentina.ar. Buscado por marcas y empresas para generar estrategias y contenidos digitales, es uno de los pocos influencers que nunca va a pasar de moda: sus más de 235.000 seguidores celebran y agradecen el amor, la entrega y el compromiso que transmite a través de su trabajo. Conozcan a Martín Hernández Křehàček, gran conversador y flâneur entrenado que nos enseñó a mirar la ciudad con ojos de explorador.
Tu apellido materno es Křehàček. ¿De qué origen es?
Es checo. Mi mamá nació en el Chaco y su padre -mi abuelo- se llamaba Martín Křehàček. En la cuenta hablé muchas veces sobre él y compartí fotos: somos como dos gotas de agua, muy parecidos. Fue una de las personas que más quise y que más me enseñaron en mi vida. Lo nerd que tengo lo saqué de mi abuelo, que era un ávido lector y extremadamente culto. Cuando escapó de República Checa hacia Quebec, aprendió a hablar en francés usando un diccionario. De Canadá se fue a vivir a Río de Janeiro y aprendió a hablar en portugués solamente con un diccionario. Al Chaco había llegado mi tío abuelo, cuando la Argentina era el granero del mundo: le dijo a mi abuelo que viniera para acá y así lo hizo. Abrió caminos para las rutas del interior en un pueblito llamado San Bernardo. Tuvo doce hijos y así llegó mi madre. Nosotros nos criamos entre Buenos Aires y el Chaco, así que lo disfrutamos mucho.
Y vos de chico lo veías como un prócer seguro. ¿Qué decías que ibas a ser de grande?
Los primeros recuerdos que tengo es que quería ser genetista: fui a una escuela técnica-química en Avellaneda. Después me di cuenta de que me gustaba la biología marina. Quería especializarme en orcas, por eso me tatué una en la pierna. Quería irme a Península Valdés, pero después se truncó el plan.
Llegaste más cerca, a la Capital. ¿Cómo fue tu primer encuentro con la ciudad?
Era adolescente. Fue un Día de la Primavera, íbamos a juntarnos con otros amigos en los Bosques de Palermo. Nos tomamos el tren y el subte, pero yo me la pasé todo el día ahí adentro: me tomé todas las líneas A, B, C y D. Quería estar bajo tierra haciendo los recorridos del subte y ver el arte, los mosaicos y murales que había en cada una de las estaciones.
Y seguiste viajando por un camino azaroso e improvisado, hasta que llegó el 2013.
Desde el pibe que quería ser biólogo pasaron 10 millones de cosas. Fui decisor de lo que me pasó en la vida, pero por otra parte la vida me fue dando muchas oportunidades. Hice el curso de guardavidas porque pensé que después iba a estudiar para biólogo marino, pero cuando empecé a trabajar en un gimnasio, alguien me vio y dijo: “Este pibe es muy comercial”. Me lo ofrecieron y empecé a vender planes de gimnasio. Después me crucé con una persona que me preguntó si no quería tener un mejor trabajo: fui a una entrevista en L’Oréal, en donde estuve cinco años. Más tarde, una clienta que trabajaba en Accenture me dijo que le mandara el currículum, y empecé a trabajar ahí. Ya estando en la consultora, mi jefa se había puesto de novia con un canadiense que vino a la Argentina, y en un paseo con un amigo, cuando escuchó con qué pasión y conocimiento hablaba de Buenos Aires, me dijo que tenía que ser broker inmobiliario. Me presentaron al director de la empresa y ahí estuve como seis años. Estaba todo el tiempo en la calle, y en el medio estudiaba relaciones públicas. Después hice un posgrado en redes sociales, y para un proyecto de la carrera presenté la idea de la cuenta en Instagram.
Tu primer post fue el 3 de mayo de 2013 y muestra un mural que dice “Sé feliz”. ¿Qué te acordás de ese día? ¿y cómo era Instagram en ese momento?
Habíamos ido con mi hermana a correr por los lagos de Palermo y cuando cruzamos el puente, vimos el cartel. Me acuerdo que frené y le saqué una foto con un celu viejo. En esa época Instagram era instantáneo, no era como ahora que antes de subir una foto hacés una edición… la imagen está mucho más profesionalizada. Antes, comías un pancho, subías la foto y ponías: “Acá, comiendo un pancho”. Usabas filtros y le ponías marcos. Después me agarró el toc de poner todas las fotos en diagonal. Y cuando conseguí mi primera cámara, empecé con la fotografía.
¿Y cómo eran tus recorridos?
Algo que hago siempre, desde que iba a la escuela, es nunca tomar el mismo camino para llegar a un lugar. Cuando vivía en Córdoba y Esmeralda y tenía que ir a la facultad en Paraguay y Uruguay, un día iba por 9 de julio y agarraba Paraguay; otro día seguía por Córdoba y doblaba en Uruguay. Siempre digo: “Tómense 5 minutos para ver Buenos Aires, está lleno de sorpresas”, que sería como mi slogan. Toda la primera etapa de la cuenta fue por hobby, lo hacía porque encontré un medio en el que podía expresar lo que me gustaba y del otro lado había una recepción positiva.
¿Cuál fue el antes y el después de la cuenta?
En 2016, cuando recorrí los 48 barrios en 48 semanas. Yo todavía trabajaba en la inmobiliaria y nadie me pagaba por irme todos los fines de semana a un barrio diferente a buscar información. Lo hacía 100% como algo genuino. Siempre supe que algo podía pasar con eso, por eso hice tanta planificación: armé un Excel con todos los barrios, lo organicé en un almanaque, marqué qué quería buscar en cada uno e hice el recorrido para terminar justo el 31 de diciembre.
“La primera vez que sentí algo muy fuerte fue cuando subí al Obelisco: no lo podía creer. Tantos años viéndolo desde abajo, y de repente estaba ahí. Después me pasó con la cúpula del Congreso, con el Kavanagh y con la terraza del Alvear Tower”.
Tus preferidos fueron Parque Chas y Parque Avellaneda. ¿Por qué?
Porque fueron los menos tradicionales: acostumbrado al sistema de cuadra damero, de repente llegar a Parque Chas y perderme en un laberinto, me sorprendió. Parque Avellaneda fue muy especial para mí: era un sábado de agosto, hacía mucho frío y estaba lloviendo, pero si me salteaba un fin de semana del cronograma que había armado, no iba a terminar el último día del año, que era mi objetivo. Al llegar, se me había volado el paraguas, estaba empapado y tenía la cámara tapada con una bolsa: me empecé a reír, miré para arriba y me dije: “¿Qué estoy haciendo acá?”. Y me respondí: “Estoy haciendo lo que me hace feliz”. Ahí me di cuenta de que esto era lo que quería hacer, y eso trasciende al Tincho de las redes sociales.
“En Temperley teníamos una colección de enciclopedias: un día agarré el primer tomo. Empecé a leer por la A y a las tres o cuatro horas había llegado a la Z. Mientras mis amigos jugaban, yo leía. La curiosidad la heredé de mi abuelo”.
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Siempre le agradecés a tus seguidores: son tus informantes más valiosos, ¿no?
Desde el día uno quise que buenosaires.ar fuera un espacio de conversación, de conocimiento y positivo, sin saber que iba a dejar mi trabajo para dedicarme a esta rama de la comunicación. Yo lo digo porque lo siento y porque es real: esto es una red social, el fin es ser social, que exista una ida y vuelta. Muchas personas me abrieron las puertas de sus casas o me dijeron “Tenés que ir a este lugar”, y por eso siempre pongo: “Todos somos buenosaires.ar”. Gracias a ellos me convertí en los ojos de lo que mucha gente no puede ver, como haber subido al Obelisco. Ahora en cuarentena armé las historias destacadas “Buenos Aires única” para mostrar esos lugares. Con El Chalecito Díaz pasó algo muy loco: no solo la gente me acompañó con la información para que yo llegue, sino que el día que llegué, el mensaje de la gente era, “Yo lo viví como propio”.
Cuando se abran las fronteras y sea seguro viajar, ¿a dónde te gustaría ir?
A nivel ciudad, quiero hacer un refresh de algunos de los barrios con información nueva. A nivel Argentina, quiero conocer las Cuevas de las Manos, que fue el primer sitio arqueológico del país que tiene registros culturales. También quiero ir a Tucumán, recorrer los Valles Calchaquíes y conocer el Palacio de Gobierno. Y a nivel internacional, quiero ir a República Checa: conozco mucho de la historia por mi abuelo.
¿Qué es Buenos Aires?
Es una gran ciudad que todavía tiene mucho del sentir individual: el sentido de pertenencia y el amor que siente el vecino por su lugar, es algo que a mí me emociona.
“Las redes sociales tienen algo maravilloso: te vinculan con el mundo. Nunca me hubiese imaginado que iba a ir a Rusia o a ver el eclipse en la Isla de Pascua”.
Imágenes cortesía de Martín Hernández Křehàček