15 de noviembre de 2016
Gaspar Libedinsky es artista visual, arquitecto y curador. Estudió en la Architectural Association de Londres y tuvo tres maestros que forjaron su temperamento estético y conceptual: Rem Koolhaas, la dupla Diller Scodifio y Guillermo Kuitca. Precisamente por esa formación tan integral y ecléctica, su obra se resiste a rótulos y definiciones: la plasticidad creativa y técnica opera en todas las escalas, desde la síntesis de Buenos Aires para la botella de Absolut hasta una instalación para escalar hasta lo más alto del Obelisco. La ciudad, el cuerpo y el entramado social: sus tres temas de agenda.
El artista de las primeras cosas
Libedinsky entiende a su taller como un espacio renacentista, en el que el saber intelectual, el dominio técnico y la herramienta tecnológica cooperan para crear obra. Sin embargo, la figura más relevante sigue siendo la de él mismo, no sólo como artista sino como “director de orquesta”: lidera un heterogéneo equipo de colaboradores con diferentes especialidades, a los que convoca dependiendo el proyecto en el que se encuentre trabajando.
La autocrítica a prueba de susceptibilidades y la revisión permanente de los propios procesos es parte de la dinámica del taller: “A diferencia de otros artistas que cuando encuentran una fórmula la explotan toda su vida, mi taller entiende que el artista contemporáneo está obligado a estar cuestionado constantemente el statu quo de todo, incluso de sí mismo y de su propia obra”.
Ese ejercicio puntual, aceitado e intrínseco a su modalidad de trabajo es una proyección del mundo al que Libedinsky aspira: “El próximo presidente debería ser un diseñador, que además de poder resolver problemas, puede analizar y crear”. Si bien entiende que toda su obra es política, aclara que no es panfletaria: no busca bajar línea, imponer discursos no inhibir lecturas. Al contrario: quiere que el encuentro sea libre, espontáneo, personal…en definitiva, a medida del espectador.
Antología de trapos
Entre muchas otras cosas, Buenos Aires es conocida como la cuidad de los trapitos: cuidadores de autos que tomaron al paño de limpieza como accesorio de trabajo y que hacen del peso ligero de sus hilos su herramienta textil, en un gesto que baila en el aire mientras dan indicaciones a los conductores.
Libedinsky abordó la actividad como materia de investigación y durante ocho meses se dedicó a compilar un repertorio de trapitos para hacer un vitraux textil compuesto por 73 paños y repasadores: cada vez que estacionaba su auto, ofrecía a los cuidadores una transacción comercial. A veces tenía que justificar su interés, insólito para los colonizadores del trapo: “Les decía que estaba armando una escultura”. Aquellas primeras compras callejeras fueron el germen de “Trapología”, la muestra que estuvo exhibida en la galería Praxis hasta mayo de este año.
La investigación luego derivó en “Mr. Trapo”, una serie de 12 uniformes confeccionados con las distintas tipologías de los trapos, y en “Ballerina”, el trío amarillo que deslumbró a los transeúntes de las vidrieras de las galerías La Fayette: “Todo lo trabajé en series: es un proceso muy didáctico en donde me tengo que convertir en el máximo especialista en el material que en otro momento fue un trapo”.
Yira, yira
El 23 de septiembre Libedinsky presentó en el Centro Cultural Kirchner “Carrousel”, su última instalación: se trata de un dispositivo con una columna telescópica central en torno a la cual giran 10 bicicletas.
“Es como si fueran los móviles de Calder, pero en lugar de ser movidos por el viento funcionan con tracción, de modo que el ejercicio individual de andar en bici, es necesariamente colectivo”.
Al igual que los otros, este es el resultado de un laboratorio minucioso, estudiado en cada una de sus variables: el cuerpo se convierte en instrumento del ritmo y la velocidad…y en víctima de su propia voluntad.
En el discurso de Libedinsky se pronuncian altas dosis de revolución: no una que sólo milita para el futuro, sino que opera sobre el presente. “Tengo que vislumbrar el deseo intrínseco del trapo por ser prenda, en el caso de Mr. Trapo, de la bicicleta por ser carrousel: tengo que develar ciertos deseos que están latentes en los elementos. Siempre arranco con elementos cotidianos”.
La voz que hace eco en una de las enormes plantas de su taller suena a convicción personal e insobornable, casi una cuestión de fe. No es casual que, más de una vez, sostenga que todo lo que se hace en su taller debe poder ser religiosamente defendido por él y su equipo, o no ser.