10 de julio de 2017.
Matty Costa Paz.
Trabaja para generar espacios que contienen a partir de elementos básicos: el orden y la luz. Ya no dibuja sobre papel y sólo imprime planos para sus clientes, pero los libros y los lápices de museos del mundo son sus dos grandes colecciones. Viajera frecuente, confiesa que encuentra más estímulos creativos en la vida diaria de las ciudades que en las ferias de diseño.
¿Cómo llegaste a la publicidad y cómo te mudaste al diseño?
Soy de la generación que creció con el mandato paterno: tenía que estudiar eso, aunque hoy sería impensable. Sin embargo, la vida te va poniendo cosas en tu camino que te enriquecen: sigo leyendo sobre publicidad y sigo en Instagram a un montón de publicistas. Es una disciplina que colabora desde el marketing, el branding y muchas disciplinas que tienen que ver con el diseño. Me había pasado la vida corriendo muebles y dibujando sin saber que lo que estaba haciendo eran planos, pero recién me di cuenta de que quería hacer esto cuando fui a Casa FOA en el 85’.
¿Qué querías ser de chica?
Hoy me doy cuenta de que siempre fui una arquitecta en potencia, desde los cuatro años. Volvía de una fiesta y me encantaba dibujar la casa de mis amigas y agregar o sacar cosas. A los siete años, iba a una casa y me molestaba una pared. Pero cuando salí del colegio el diseño no era una carrera, osea que tampoco tuve la opción.
¿Cuál fue tu eje en la formación autodidacta?
Por un lado, los viajes y los libros. Después, como diseñador de interiores siempre estás envuelto por una arquitectura: lo más importante siempre es respetar la caja. No podés pensar en molduras en un edificio racionalista: no tiene sentido. El ABC es estudiar las raíces del movimiento, qué generó que cada diseño tenga esa forma determinada y a partir de ahí uno va estudiando. Tuve la bendición de trabajar en proyectos durante más de 25 años, siempre asociada a grandes estudios de arquitectura de los que aprendí mucho.
¿Qué pasa cuando la caja no es noble o no es atractiva?
Cuando no hay armonía o hay artificio, hay que despojar, sacar el maquillaje. Ahí es donde empiezo a trabajar con la luz: si se puede con ventanas, para que juegue e intervenga como eje. Es muy importante que el diseñador trabaje en equipo con el arquitecto, el cliente y la empresa constructora, porque yo puedo hacer los pisos más lindos del mundo pero si prendés el tomacorriente y no tenés luz porque no fue diseñada, es un drama.
¿Por dónde se empieza?
Primero hay que tener una idea clara de proyecto, después un presupuesto y al inicia la obra, tener un plan que empiece por el orden: sacar todo lo que sobra. Lo importante de la caja siempre es armar la estructura que tenga puntos focales, que tu ojo se vaya entreteniendo. La luz tiene que funcionar en todos los momento del día. Para mí el diseño es uno solo: después tenemos que ver si la planta necesita tal nutriente o tal otro, pero todo es orden. Lo último es la cortina y el potiche, que es donde ya me aburro.
¿La diferencia está entre la decoración y el interiorismo?
Yo creo que es entre el ambientador, que es el que pone las flores, y el diseñador de interiores, que tiene que documentar todo: la planta, el revestimiento de las paredes, el cielo raso y la iluminación. El florero va a hacer que el lugar sea más amable, pero para mí es importante tener presente con qué es lo menos con lo que podemos vivir. Lo básico es una mesa, un lugar para dormir, una heladera y, para mí, una biblioteca.
¿Lo básico democratiza al diseño?
El diseño de interiores mejora la vida de la gente. Todos tenemos derecho a vivir con dignidad, y eso significa: que en la vivienda haya orden, que esté limpia, que tenga un espacio para refrigerar el alimento y que tenga una mesa, no sólo para comer sino también para que un chico pueda sentarse a estudiar. Tener un lugar de apoyo para estudiar significa tener más posibilidades: es una tabla con cuatro patas o dos ladrillos, algo básico que mejora la calidad de vida. Eso puede ser en el rancho más alejado o en la casa más cara. Con el orden, la limpieza y la luz se democratizan las necesidades básicas.
¿En qué espacio te permitís el caos?
En mi biblioteca: es mi máximo tesoro y mi mayor referencia. Tengo una acá y otra en mi casa: ayer me llegaron cuatro libros nuevos y estoy en llamas.
¿Un libro de cabecera?
El de RENZO PIANO: me rompió la cabeza hace muchos años. Proyecta desde ciudades hasta una taza y lo más impresionante es cómo trabaja las estructuras.
¿Lees literatura?
Leo y releo. Siempre vuelvo a lo latinoamericano: a BIOY CASARES, a CORTÁZAR. Encuentro nuevos lenguajes en algo ya leído. De un año a otro, uno no es el mismo: Rayuela lo leí por primera vez en la escuela y la releí muchas veces más, pero yo no soy la misma. La Maga tampoco.
Tu biblioteca es tu espacio íntimo. ¿Cuál es el compartido?
La cocina: es nuestro laboratorio de ideas. Yo trabajo con gente joven y veo que el tema de la comida para trabajar es maravilloso: te podés juntar a las 10 de la mañana, pero son las 4 de la tarde y seguís. El proceso creativo se trata de eso. Además, es una actividad que genera diálogo: yo acá le cocino a las chicas que trabajan conmigo, muchas veces a los clientes y también a mis hijos.
¿Cómo convive el orden con la multitud y dinámica de la familia?
El minimalismo se acaba cuando uno empieza a vivir.
¿Es una fantasía?
Es la foto que sacamos los diseñadores antes de que el cliente ponga sus objetos. La obra que tu hijo trajo del colegio es mucho más valiosa que una que compraste en ArteBA y está bueno que se la des a la casa. Si el espacio está bien diseñado, vas a tener lugar para las dos, pero en la vida real, te manchás con tuco cuando cocinás.