14 de septiembre de 2016
Mónica Melhem
Creció con la tradición siria como norte, pero desafió el mandato cultural que cae sobre las mujeres: eligió convertirse en profesional, al principio estudiando a escondidas de su padre. Estuvo casada con el arquitecto LEÓN CHURBA y hoy el hijo de ambos sigue sus pasos: BLAS también estudia arquitectura.
Habla con pasión, pero sabe escuchar con cautela: no sólo a los clientes, también a los edificios con los que se encuentra y a los espacios que la contienen, porque de allí parte su proceso creativo.
Entiende al presente como un tiempo que se conjuga para el cambio y se hace cargo del lugar en el que se para: “Yo elegí ser para pocos: pocos que admiren la piedra, la costura, el cuero”.
¿Siempre supiste que ibas a ser arquitecta?
Toda mi vida. De chica cuando me regalaban muñecas, las tiraba y me quedaba con las cajas: hacía ciudades. Siempre tuve pasión por todo lo constructivo, lo estético, la forma. Años más tarde empecé a notar lo que pasaba con el interiorismo: los halls de entrada estaban muy vacíos, siempre con los mismos sillones de MIES VAN DER ROHE y LE CORBUSIER. Empecé a viajar a Nueva York (durante seis años tuve mi local en el Soho, 600 m2 en un edificio antiguo increíble) y a meterme con el interiorismo, que lo aprendí sola: viajando, mirando revistas, observando. Después me asocié con LEÓN CHURBA y empezamos a traer las firmas de diseño italiano.
¿Cómo fue la experiencia de Gris Dimensión, esa fusión entre arquitectura, interiorismo y mundo textil?
Yo de telas no sabía nada, todo eso se lo debo a LEÓN. Viajamos a Milán y juntos empezamos a recorrer las marcas que nos entusiasmaban, pero el tema era conseguir la firma. Su tío, ALBERTO CHURBA, había trabajado con una de ellas así que eso nos sirvió. Empezamos a andar bien y fuerte.
Hicieron todo un desarrollo curatorial, ¿no?
Fue un tema educativo: acá no se entendía lo que era un mueble italiano. Teníamos que explicar los muebles: por qué italianos, cómo era su matricería, cómo se trabajaba con procesos robotizados. Acá seguimos con el carpintero, a la vieja usanza, pero con muchas limitaciones constructivas. Fue mucho esfuerzo transmitir todo eso.
Pero después se abrieron otros caminos…
Sí, eso es lo que me dio de maravilloso la arquitectura. Con otras dos socias hicimos una marca que se llamaba La Tavola: eran todos objetos para la mesa. Lanzamos las copas barrocas satinadas que usó MARIANO GRONDONA en su primer programa y fue un boom. Después me metí en el mundo de la bijouterie y trabajé con EMANUEL UNGARO: ahí nació Celedonio. Él era mi empleado, pero tenía un talento con las manos que le dije: ‘Vos ya estás listo para seguir solo’. Después en el negocio empecé a introducir moda. Es una carrera base para todo lo que es arte: es muy interesante porque voy variando en distintos momentos de mi vida según lo que tengo ganas de hacer.
Y te movés muy cómoda en cualquiera de esas disciplinas.
Totalmente. Porque ya tenés el eje del diseño, una mirada especial muy desarrollada. Además yo me vivo entrenando: no acepto no saber. Todas las noches me meto en mi cuarto, cierro la puerta, agarro la tablet y estudio, leo, busco, miro. Siempre estoy aprendiendo.
Y enseñando…
Sí, estoy dando la maestría en interiorismo con JULIO OROPEL en la UBA: cuando nos llamaron para armarla no había material, no existe en la Argentina. Este es nuestro tercer año y el año próximo ya va a ser carrera. Tuve que ir hacia atrás en el tiempo para buscar cómo había aprendido todo esto. Fue muy difícil porque no sé cómo lo hice y porque no tiene metodología, a diferencia de arquitectura que es una carrera muy antigua. Acá es todo nuevo.
¿Qué es para vos el interiorismo?
Además de una gran pasión, es hacia donde va el futuro. Se ve mucho en los hoteles. Si tenés para elegir entre dos de cuatro estrellas con los mismos servicios y una ubicación similar, vas a terminar prefiriendo uno por sobre el otro por la experiencia que te hace vivir. El interiorismo te hace sentir la vivencia porque vos estás adentro, distinto de la arquitectura, por la que vos pasás por delante.
Los hoteles cambian todo el tiempo, buscan ofrecer una nueva experiencia. Antes te hacían sentir que vos ibas a un hotel y en cualquier lugar del mundo iba a ser el mismo, pero no es lo mismo un Sheraton en Buenos Aires que en Shangai. Los materiales, los muebles, los colores, cómo entra la luz…todo tiene que dar cuenta de un lugar. Es también lo que pasa con la gastronomía, que cambia y evoluciona: los menúes son cada vez más sofisticados, los tés se hacen con mezclas cada vez más complejas.
¿Y en la arquitectura cómo funciona ese ritmo?
No puede cambiar tan rápido: un edificio tiene que durar por lo menos 30, 40 años. Pero la gente cambia hacia adentro. Vivimos en un mundo muy vertiginoso, hay que adaptarse a esta era.
Tu casa, ¿cada cuánto cambia?
Yo no aguanto tener un showroom en mi casa: necesito que mi casa sea mía. Es un rejunte de todo lo que me quedó de Nueva York, tiene carácter y no tiene decoración.
En mi baño, por ejemplo, quería poner el mejor mueble Boffi, pero al final es algo adquirido: yo tenía la mesita en la que mi hijo pintaba y martillaba de chico, para mí tenía un valor sentimental enorme. Le hice un agujero y le puse una bacha de PATRICIA URQUIOLA y abajo una cajonera metálica que usaba en Nueva York, en donde guardo cremas y accesorios. Mi casa es mi historia: para mí es la mejor mesa que puedo tener en el mundo, porque está martillada por mi hijo. Puedo comprar todo Gervasoni, pero lo vendo en el negocio. Es como cuando un cliente me pide que le haga toda la casa: yo le hago una parte, el resto lo tiene que completar él con su historia.
¿Qué pasa cuando el cliente llega con la revista debajo del brazo, pidiendo una reproducción?
Una vez una clienta me pidió que le haga la misma casa que a su amiga, pero no son iguales, es imposible. Detesto la copia: es un statement en mi vida, también a la hora de comprar un producto. Comprate el original o comprate algo distinto, porque con la copia te mentís a vos mismo. Además yo tengo una particularidad: el proyecto que le hago a un cliente me lo olvido, como un florero que se cae, se hace añicos, lo barrés y lo tirás. Porque para mí es para una persona única: te gustan cosas diferentes, vivís en un horario diferente.
El arquitecto es un poco psicólogo, ¿no?
Somos muy psicólogos. Lo nuestro es muy sensible y visceral: si lo sabés escuchar y entrás a su casa, te das cuenta. Siempre cuento esta historia que me pasó con un cliente muy sofisticado: se sentó y me hizo una única pregunta para contratarme. ¿De qué color me harías mi casa? Y dije: amarillo. Nunca hice nada amarillo en mi vida, pero él me lo transmitió y hoy su casa es totalmente amarilla. Yo cuando voy a ver a un cliente no llevo nada preparado ni uso papeles: los escucho a ellos.
¿Cómo armaste este espacio?
Era un departamento muy clásico, escuché al edificio. Usé piedra París, acero para los sócalos y a nivel interiorismo mezclé todo. Somos un mundo: no hay estilos y eso es maravilloso. Yo de cada viaje me traigo algo y ahí está. En una casa ambientada extremadamente francesa o inglesa, uno debería vestirse de una manera muy especial: no van con la vida real. Un sillón Luis XV no está pensado para tirarse cómodamente con el celular o la tablet. La vida de hoy es otra: llegás a un lugar y preguntás por la clave de WiFi. Si no trabajás la mezcla, una computadora sobre un mueble clásico es una patada.
¿Y el humor en el diseño?
Siempre. Cuando descontextualizás las cosas es algo maravilloso, es lo que hace el arte continuamente. Así las cosas toman otro valor: se revalorizan. PHILIPPE STARCK y MARCEL WANDERS lograron tener un estilo porque descontextualizaron, pero no podés olvidarte que uno es francés y el otro holandés. Son dos grandes irónicos.
Esa identidad, ¿es apta para todo público?
Hay que animarse. No tiene que ser todo carísimo. Hay que saber mezclar: se pueden usar materiales clásicos de forma innovadora. Por ejemplo, esta alfombra de goma que simula ser de parquet con un dibujo medio árabe y cortada a láser: me encanta que sea algo clásico, estético y trabajo de manera moderna.
¿Sos moderna?
Soy contemporánea.
¿Te alcanza el tiempo?
Tomo dos obras por año, no más. Todo lo que hago es tailor made, me encanta el detalle y estoy en cada etapa del proceso. No estoy apurada: me tomo mucho tiempo para hacer cada casa porque quiero que quede perfecta.
Fuente: Monica Melhem – www.facebook.com/MonicaMelhemShop
Fotografía cortesía de: Damián Liviciche