28 de septiembre de 2017.
Sus columnas renacentistas, su cornisamento clásico, las paredes de granito y la fachada de templo están inspiradas en la antigua Grecia: diseñado por los arquitectos Russel Warren y James Bucklin, fue uno de los primeros edificios greek revival. Desde sus inicios, el Arcade Providence albergó un mercado comercial bajo el cielo abierto de Rhode Island a través de su atrio de vidrio, un largo pasillo entre dos calles. En 1976 el edificio fue declarado Patrimonio Histórico Nacional, consiguiendo así sortear el pedido de destrucción que lo amenazaba. Hoy, a pesar de sus 189 años, sigue firme y con una estética renovada: el equipo de Northeast Collaborative Architects fue convocado para revivir el espíritu original con comercios en la planta baja, mientras que en los dos pisos superiores construyeron 48 micro lofts de entre 21 y 80 m2.
Micro comunidad.
Departamentos, restaurantes, tiendas, cafeterías y hasta una galería de arte: el nuevo Arcade en la ciudad de Providence es mucho más que un edificio que integra viviendas y paseos. Además de restaurar la imagen y renovar los usos del edificio, el proyecto de puesta en valor buscó generar un espacio de intercambio social y cultural, en el que los propietarios o inquilinos puedan disfrutar de una experiencia integral sin salir del edificio, y los visitantes puedan encontrar todo lo que necesitan. La idea de generar unidades pequeñas surgió como una necesidad inmobiliaria: “La escasez actual de viviendas urbanas alrededor del mundo obliga a los arquitectos y planificadores de ciudades a pensar pequeño, muy pequeño”, cuentan desde el estudio.
Vivir en pocos metros.
El equipo de Northeast Collaborative Architects llevó a cabo la construcción de los 48 micro lofts en el segundo y tercer piso del edificio, además de los 17 locales en la planta baja. Las unidades fueron diseñadas con dormitorio, living, cocina integrada y cuarto de baño, distribuyendo espacios de guardado y gabinetes en cada una de las áreas, además de muebles empotrados para economizar metros y optimizar la circulación. Entre los espacios de uso común que ofrece el edificio se encuentran la sala de juego y televisión, lavadero y bauleras. Entre las prioridades de la obra estuvo la de crear un edificio con funciones inteligentes y de bajo impacto ambiental: así, se instaló gas de alta eficiencia, ventanas dobles para mantener el calor durante las temporadas bajas, un techo aislante que reduce la necesidad de enfriamiento artificial y un tragaluz central que amplifica el acceso de iluminación natural. Todos los electrodomésticos están certificados como Energy Star y las instalaciones de plomería son de bajo consumo.
El desafío de reinsertar un edificio histórico en el imaginario de los habitantes y adaptarlo a las tendencias de la nueva vivienda urbana, ha sido en esta obra logrado con creces. Mientras que el valor patrimonial de su arquitectura sigue intacto, la promesa de centro simbólico en uso es lo que lo ha acercado a las nuevas generaciones, que no sólo lo visitan para hacer compras sino que eligen vivir en él.