La altura puede ser una obsesión, es cierto. En su caso, sin embargo, fue apenas un recursos dentro de una estética arquitectónica, una forma de pensar el espacio y de volverlo apelativo para con sus habitantes. Viviendas, rascacielos, bancos, hoteles, casinos: en el repertorio de tipologías arquitectónicas, CÉSAR PELLI lo hizo todo: sus 500 obras dan cuenta del volumen. Tucumán, la Argentina y el resto del mundo despiden a un prócer de la disciplina.
Pellis por el mundo
CÉSAR PELLI nació el 12 de octubre de 1926 en San Miguel de Tucumán. Su apellido y la arquitectura comparten una larga tradición que comienza en Italia en el siglo XVIII. Hijo de VÍCTOR VICENTE PELLI y TERESA BERNABELA SUPPA, creció en una casa chorizo junto a sus hermanos Víctor y Carlos. La lectura, la imaginación y la construcción fueron hábitos que lo acompañaron desde pequeño: sacaba ideas de los libros de arte de la biblioteca familiar, dibujaba a mano alzada, proyectaba puentes, apilaba torres. Sin embargo, cuando le llegó el momento de elegir una carrera, arquitectura no era una opción. Se hizo realidad una vez que descubrió su programa de estudios: todos sus talentos e intereses (arte, dibujo, pintura, matemática) eran parte de la promesa. Se egresó de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Nacional de Tucumán y en 1952 fue becado por la Universidad de Illinois, en donde estudió en la Escuela de Arquitectura. Luego trabajó en la biblioteca y comenzó a dar clases.
Aula personal
Uno de los hitos en la formación profesional de PELLI fue el paso por el estudio del arquitecto finlandés EERO SAARINEN en Bloomfield Hills, a quien conoció a través de su profesor de diseño AMBROSE RICHARDSON en 1954. Comenzó como principiante y llegó a ser director de proyectos, completando diez años de trayectoria junto a su equipo, en sus palabras, “una experiencia de postgrado”. Al finalizar esta etapa, PELLI se mudó a Los Ángeles: durante cuatro años fue Director de Diseño en Daniel, Mann, Johnson & Mendenhall y luego, socio a cargo de Diseño en Gruen Associates durante casi una década.
Si hasta ese momento su vida no era ya una montaña rusa, pronto cambiaría para siempre. En 1977 lo designaron decano de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Yale y lo convocaron para diseñar la ampliación del Museo de Arte Moderno de Nueva York: el proyecto fue el primer caso de un estudio de diseño trabajando junto a una firma asociada para proveer apoyo técnico y de documentación contractual. Este método colaborativo continúa siendo la base de la práctica profesional de Pelli Clarke Pelli Architects, lo que permite que el estudio pueda emprender proyectos de cualquier tamaño o escala alrededor del mundo.
“En la oficina de New Haven trabajamos unos 100 arquitectos de nacionalidades, especialidades y edades muy diversas. CÉSAR no solo diseñó edificios, sino también una forma de ejercer la profesión que perdura con un enorme entusiasmo y compromiso bajo el liderazgo de FRED CLARKE, su hijo RAFAEL PELLI y un talentoso grupo de jefes de diseño, muchos de los cuales han colaborado con CÉSAR a lo largo de más de 30 años”, cuenta ANÍBAL BELLOMIO, asociado Senior y Project Manager de Pelli Clarke Pelli Architects.
A sus 51 años, PELLI abrió las puertas de su propio estudio en New Haven junto a su esposa, DIANA BALMORI, a cargo de los proyectos paisajísticos, y a FRED CLARKE para el área administrativa y comercial. A partir de esa obra, su reconocimiento dio la vuelta al mundo y fue invitado a participar del concurso para construir el World Financial Center, del cual resultó ganador. La obra, además, fue seleccionada como una de las 10 más destacadas de la arquitectura norteamericana de la década del 80.
Las Gemelas Favoritas
De los países del sudeste asiático, Malasia era el menos conocido. Kuala Lumpur, su capital, necesitaba un símbolo capaz de representar su identidad en el mundo y de servir como invitación para descubrir el destino. CÉSAR PELLI fue convocado a concurso para participar por un proyecto arquitectónico, y el suyo resultó ganador entre los de otras ocho firmas de reconocimiento global. La búsqueda estuvo orientada hacia la religión musulmana y la cultura malaya.
A pesar de la imponente estructura (160.000 metros cúbicos de hormigón, 65.000 metros cuadrados de revestimiento de acero inoxidable, 32.000 ventanas, 88 pisos, 78 ascensores y una capacidad para 10.000 personas), el arquitecto tucumano sostenía que lo importante era la distancia que existía entre ambas torres, unidas por un puente en los pisos 42 y 43.
Hasta 2003, las Torres Petronas fueron las más altas del mundo y aún siguen siéndolo en Malasia. Esta obra transmite una de las convicciones arquitectónicas de PELLI acerca de los edificios altos y de gran impacto: deben ser capaces de reflejar las raíces culturales e históricas de su lugar de origen, además de formar parte del tejido urbana de manera respetuosa y armónica.
La lista es enciclopédica y cualquier selección sería injusta, pero hay algunos edificios inevitables. Por ejemplo, el República, que fue el primero que proyectó en Buenos Aires; la Torre de Cristal de Madrid, la más alto de España (249 metros); el Costanera Center de Chile, el edificio comercial más alto de la región, o el International Finance Centre de Hong Kong, dos rascacielos de 55 pisos.
La despedida es imposible: no solo porque nos resistimos a seguir la vida sin él, sino porque su huella es indeleble. Para PELLI, la arquitectura era un arte público: imposible salir a la calle y evitarlo. Ella sale al encuentro de los transeúntes, dándole vida al espacio e identidad a las ciudades. Además de haberla llevado a la práctica, también generó teoría y conceptos que transformaron la forma de entender a la disciplina: fue autor de ensayos y artículos sobre historia y teoría de la arquitectura y su construcción, además de haber escrito el libro Observaciones sobre la arquitectura (Monacelli, 1999), un conciso y lúcido tratado para profesionales de cualquier edad. Por todos estos motivos, cada vez que nos crucemos con uno de sus edificios, celebraremos un pequeño reencuentro con el gran maestro que salió de Tucumán y dio la vuelta al mundo.
Recuerdos de Tucumán
César Pelli en primera persona
“Córdoba o Buenos Aires estaban muy lejos solo se llegaba en tren. Tucumán era “todo el mundo” para mi y estaba encantadísimo ¡Me parecía un hermoso mundo! La primera vez que fui a Buenos Aires fue con la gira de estudios del Colegio Nacional en quinto año. 24 horas de tren, uno llegaba cubierto de polvo ¡Polvo de Santiago del Estero!”.
“Tuve grandes maestros en la Universidad Nacional de Tucumán, principalmente EDUARDO SACRISTE y JORGE VIVANCO. Ellos me abrieron la cabeza y me dirigieron durante mi carrera. La universidad funcionó como un polo de atracción durante aquellas décadas. Habían llegado a Tucumán muchos europeos escapándole a la guerra o a la posguerra. Así tuvimos profesores como ENRICO TEDESCHI y ERNESTO ROGERS. Vino gente muy destacada en lingüística, filosofía ingeniería, geografía. Tucumán se convirtió en un gran centro intelectual. “
“Cuando volví el 2012 de visita a Tucumán, vi que un café que era especial para mí, el “ABC” de la esquina de 9 de Julio y General Paz frente al cine Edison, todavía estaba allí. Quedaba muy cerca de nuestra casa, y ahí iba seguido”.
PELLI por ANÍBAL BELLOMIO
Asociado senior y Project Manager de Pelli Clarke Pelli Architects
Egresé de la Facultad de Arquitectura de Tucumán en 1998. Después estudie Urbanismo en Buenos Aires. En el año 2000, me presenté a una convocatoria a través de la Universidad Nacional de Tucumán para una pasantía de 9 meses en el estudio de CÉSAR. Me seleccionaron y luego de la pasantía, me ofrecieron quedarme. ¡Hace casi 19 años que estoy aquí!
Conocí la obra de PELLI durante el cursado de la carrera y por viajes a las bienales de arquitectura en Buenos Aires. Cuando estaba en segundo o tercer año de la carrera, asistí a una de sus charlas. En un pasaje de la exposición describió el proyecto del World Financial Center de Manhattan: dijo que había pensado en plantar palmeras en el Winter Garden para que las personas se sintieran acompañadas siempre, hasta en aquellos momentos en los que no hay más gente allí. También dijo que el espacio estaba concebido para que se lo usara como al patio de una casa o como un buen y viejo saco. Había tanta humanidad en estas palabras, y sin embargo tanta potencia en la obra emplazada en el corazón del downtown de Nueva York.
CÉSAR comenzaba su día temprano. Hasta hace un tiempo atrás, llegaba al estudio y se lo escuchaba saludar por su nombre, y con mucho entusiasmo, a cada una de las personas que encontraba a su paso. Repartía su tiempo en turnos asignados para los diferentes proyectos. Su agenda era apretada, pero no dejaba de recibir a los muchos visitantes que llegaban para conocerlo personalmente, especialmente si eran estudiantes: tenía para ellos palabras de aliento y consejos. Siempre una fuente de inspiración. Recuerdo un día que, durante una reunión, llegó el cartero para repartir la correspondencia y casualmente nos encontró en su paso hacia la recepción. Cuando lo vio, se arrimó y dijo:
_Disculpe, no quisiera interrumpir, pero tengo que preguntar: ¿Es usted César Pelli?
_Así es, contestó Cesar, y le extendió la mano para saludarlo.
_¿Usted hizo las torres de Malasia?
César sonríe y contesta: “Si”.
El hombre, sorprendido y muy orgulloso, continuó: “Anoche vi un documental en la televisión sobre esas torres, y le dije a mi mujer: ‘¿Ves? Las torres más altas del mundo se diseñaron en New Haven. ¡Y yo le llevo las cartas a César!’”.
PELLI por SUSANA LA PORTA DRAGO
Socia de Pelli Clarke Pelli Architects
El estudio, su familia. Los edificios, sus hijos.
Así es como CÉSAR se refería a los dos aspectos de su vida profesional que más lo llenaban de orgullo. Es fácil entender la satisfacción que sentía por sus obras emblemáticas o por sus planes maestros que transformaron ciudades para siempre. Pero para entender el orgullo que sentía por su estudio, hay que pensar que él y FRED CLARKE concibieron, diseñaron e implementaron minuciosamente la forma de trabajar y de operar de nuestro estudio de la misma forma con la que hubieran diseñado un edificio.
Nuestra forma de trabajar tiene una estrecha relación con la pasión que CÉSAR sentía por la docencia. Decía frecuentemente que antes de enamorarse de la arquitectura, él se había enamorado de la docencia. En su proceso de diseño y su forma de comunicarse, era sumamente didáctico. Insistía en entender las variables de un proyecto antes de diseñar y en entender el proyecto tridimensionalmente antes de hacer bocetos. Como un excelente profesor y mentor, nos inculcó a cada uno de nosotros ese gran orgullo por una práctica profesional de excelencia y ese amor por hacer una arquitectura que aspira a transformar positivamente a su entorno.
Con su personalidad afable y sencilla, CÉSAR también nos dejó una forma de mirar a los temas que se nos plantean desde otra perspectiva y de ponerlos en la escala apropiada. Muchas veces estas enseñanzas se extendían más allá de la arquitectura. Hace varios años, entré muy preocupada a su oficina para contarle que habían modificado el diseño de edificio que habíamos terminado diez años atrás. Me escuchó atentamente, me miró muy serio y me dijo: “Susana, yo acá veo dos opciones: puedo elegir llorar o puedo elegir reírme” y después, con una de las gigantescas carcajadas que lo caracterizaban, me dijo enfáticamente “yo prefiero reírme”. Luego me recordó que los edificios son como los hijos: no nos pertenecen, están bajo nuestra tutela cuando están en desarrollo, pero cuando la obra se termina, hay que aprender a dejarlos ir.
Con una inmensa generosidad, CÉSAR nos fue dando gradualmente a cada uno de los jefes de proyecto, un tiempo y un espacio para nuestro propio crecimiento, y nos dejó volar. Hoy es CÉSAR el que parte, pero nos deja impregnados a todos los que integramos su estudio de una innumerable cantidad de lecciones imborrables y un gran afán por continuar con su legado.